sábado, noviembre 11, 2006

la noche del poeta

Avanzaba alado de nieblas en el tardío atardecer, rodeado de mutismo y silencio el genio de la noche, dejando en cada batir de sus alas gigantes, un velo sin forma que va envolviendo de negro los objetos que, vagos y temblorosos, se desdibujaban ante el horizonte de mis miradas.Los cascos férreos de su corcel trotan impacientes sobre la carne rosada del crepúsculo que, rendido a sus plantas, en sus últimos estertores, señala precisos los perfiles de lejanas montañas.A su paso quedan sumidas en el ambiente tibio de las noches fabulosas las formas de las cosas que me rodean. Se estremecen en pánico de brisas las ramas de los árboles que, tras formas espectrales, y de su trance angustioso, cual el de una noche nupcial, despiertan cubiertas de rocío, cual lágrimas de sus lloros. Las altas torres de las iglesias se confunden en el tinte oscuro que por el éter se extiende y todo toma un matiz de misterio indescifrable. Se rinden los ecos al silencio y por el alabastro se arrastra llorando el agua, temerosa de enojar su paso triunfal.Jinete sobre mil corceles chispeantes de luces y plata, su hijo sale horas más tarde; a su vista las nubes se arrastran hacia el abismo de lo que no existe, convirtiéndose en nada. Su mecha magnífica va encendiendo el alto abismo de estrellas que tiemblan en plata sobre mis noches fantásticas.Trémulo ante aquella agitación silenciosa que se desenvuelve ante mis ojos, fijos en cosas que sin haberse movido se pierden de mi vista por más que las busco, se cierran en contra de mi voluntad y del esfuerzo que hago para mantenerme pendiente de la metamorfosis de los días; así me quedé abstraído.Entré en el recinto del poeta. Palpitaban por el aire, como comparsas de geniecillos invisibles, unos dioses de la alegría y otros ídolos de la tristeza; alegraban mi alma las notas melancólicas de una música chopeniana, fundida con aromas de rosas. Por la ventana aparecían envueltas en túnicas brumosas de jardines dormidos las formas de mujeres irreales que, en barrocos giros estilizados, son absorbidas por las frentes empalidecidas y de cabellos revueltos que tienen los poetas.Alumbrado por luces sin origen, y rodeado de papeles mil, el hombre se abstrae de los objetos que le rodean y se entrega a alimentar los engendros de su imaginación que, en la exaltación de sus noches, llegan hasta el cenit de lo quimérico. Sin fuerzas apenas, se arrastran cual mendigos por la cuesta del corazón al cerebro; poco a poco se adueñan de sus actos, de sus pensamientos y cada uno dueño de una idea se agita y martillea en el cráneo, deseoso de anteponerse a su hermano en el orden de su nacimiento. Luchan los unos con los otros, sin obtener resultado alguno, cuando acuden a impulsar la discordia sones de música y voces de cristales que dormían en el rincón del recuerdo, mientras que trazos de una geometría desconocida, incierta, nerviosa y agitada, inunda los planos blancos de cuartillas, con signos, ideas, sueños imposibles y delirios.Ha terminado el doncel de los mil corceles de encender sus lámparas a la madre noctámbula, cuando vuelven a palpitar las cosas de alegría y la felicidad retorna al jardín repuesta de su primera agitación. Los gigantes del bosque vuelven a rizarse con el viento contando sus amores a las auras que los mecen; suben y saltan los surtidores adornando con luces y brillantes a las peanas de las fuentes. Todos los efectos atraen en gigante espiral al poeta que, jinete en su fantasía, hinca las espuelas de la ilusión en los ijares de su corcel; galopa y galopa, cual un nuevo centauro hacia el jardín de las musas.Atraviesa por paisajes lunares dormidos bajo las estrellas, lugares de ensueño pasan ante él con vértigo y palpitante agitación, llega al vergel de mármoles venusinos, en glorietas floridas rodeadas de tilos acogedores. Ante sus ojos se abren avenidas inciertas, conducentes a templos de marfil donde viven las musas. Pájaros coloridos en mil matices duermen suspendidos en el aire como gigantes arañas en los salones de Venus y, cuando las brisas los mecen, desprenden de sus plumajes los más vivos destellos, música de agua se resbala en notas por los oídos y en quietud de templo la lámina tersa del lago se ha dormido.Por entre árboles y flores extrañas camina, vasallo de su mente exaltada; llega a templetes donde viven las musas y las encuentra dormidas. Son las musas que languidecen faltas de amor porque no hay quien les cante, ya que su poeta murió y se dejan morir entre soportes y asonancias de rimas imposibles; les habla, pero su voz se pierde en el confín de la noche y a ella responde un suspiro.Entre lejanas florestas, se sienten coros de voces con cadencia de poesía, oídas en otras noches reales. Hacia allí, tras su pensamiento, vuela en un aleteo tenue, lanzado por las visiones de sus ojos brillantes de amor delirante.Se rompe el coro a su llegada y aquellos seres que en torno a él se mueven, giran, saltan, corren de un lado hacia otro y él tras ellos, sin lograr verlos ni tocarlos, se le escapan por entre sus manos crispadas, rodeándolo unas veces, haciéndole temblar otras y dejándolo paralizado de emoción y felicidad, cuando posan sus manos sedosas y aterciopeladas por su frente ardiente con unción de vírgenes castas. Una y otra vez le acarician hasta que, contagiadas de su ardor, forman una loca algarabía que, frenética, frota impaciente sus caldeadas sienes para dar paso a las inspiraciones, mientras dentro luchan las ideas que ya existen, con las que se van introduciendo en el mundo de sus sueños.Sus ojos chispeantes de emoción saltan de unos a otros lugares, víctimas de alucinaciones extrañas. Se mesa los cabellos húmedos de sudor y rocío sobre su frente y, en agitación nerviosa, lanza los brazos para apresar a aquellos seres que él ha creado, les ha dado vida, que le hablan, le cantan, pero que no existen más que en el mundo imposible de sus fantasías. Convulsivo, se agita entre realidades y sueños y se deja caer sobre el mármol frío de un banco.La noche dormía en el jardín como una novia en brazos del amado. Un silencio de luna llenaba las copas de los árboles de plata. Las estrellas chorreaban por el borde la fuente, llenando de notas desconocidas los aires. Las brisas y los arroyos rimaban sus versos. El amor latía ante tanto perfume, cuando los mármoles se bañaban en belleza.Tus manos acariciaban mi frente. Yo pensaba en ti mucho y mis sienes se encendían en fiebre, tú que me haces poeta, tú que eres amor y bendición. Empezaron a esfumarse los objetos de mi vista y, en un dulce reposo, me fui hundiendo en el lago quimérico del sueño y mi corcel fantástico también aquella noche voló hacia el jardín de las musas.